Por la ventana
como cascadas caen mis ojos.
En las fábricas de lágrimas
están en huelga de celo
y los paraguas
sólo paran la lluvia adornada de las carcajadas de un hada.
Las persianas son arrancadas
por aquellos que anduvieron presos
de un pomo,
de un pecado inevitable
que les condenó a tejer melodías
que ahora flotan
en los nenúfares de sus lagunas.
Por la ventana
veo defecar a la felicidad en las
esquinas,
y las serpientes no hipnotizan.
El sol está de baja tras las nubes
y se pone moreno.
Pero en el barrio los niños juegan
en los charcos
con
el barro.
Juegan a ser malos.
La tarde enjuaga su boca
con el elixir de un eclipse de
montaña.
Por la mañana no quiero levantarme
y ahora no me duerme ni mi manta.
Me pongo las gafas de luna para
mirar
por la ventana
y las estrellas llueven entre
naranjas camisetas
con
la etiqueta puesta,
presumiendo del brillo que les
robará la lavadora.
Y si no las miro se inmolan en mi
patio de luces
inundándome de culpabilidad las
manos.
En las plazas
las palomas han dejado su aleteo
para dar paso a los murciélagos
ciegos por el fuego que quemó su
cielo,
ciegos.
Y yo me inclino con un hilo a la
cintura
al precipicio de las horas muertas
que matará la poca cordura que me
queda,
que me quema las neuronas.
Y cuando una gota de sol
arruine el vestido de la noche
seré un murciélago más
asesinado por las horas.